Jesucristo Nos Promete El Descanso

2FADF7D7-CCF8-4AE7-B2EA-389C333E5502¿Y cuál era su yugo? Era el de hacer la voluntad de su Padre. Su yugo y carga preciosas eran el hacer la voluntad de Dios: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra» (Juan 4:34). Entonces, ¿por qué la mayoría de los cristianos siempre están agitados, febriles e inquietos? ¿Por qué están siempre en un estado del alma agonizante e intranquilo?

Por L. E. Maxwell

«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:28-30).
La invitación incomparable de Cristo a los que están agobiados bajo la carga del pecado, es: «Venid a mí». Aquí Él nos promete el descanso al quitar de nosotros la pena y la condenación del pecado. Quizá podamos nombrar a éste el descanso inicial, un descanso que nos liberta de la culpa y la esclavitud del pecado.

Entonces Cristo añadió otra frase significativa, que se aplica especialmente a los que ya han venido y experimentado ese descanso inicial: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11: 28-30).

Este versículo sugiere el descanso en dos aspectos: el primero, de la penalidad del pecado; y el segundo, del poder del pecado. Uno es el descanso de la salvación, el otro el de la consagración; el uno nos libra de la esclavitud, el otro nos trae al descanso de Canaán; el uno nos hace estar en paz con Dios, el otro nos da la paz de Dios. Al primer aspecto del descanso, al descanso del venir, ha de seguirle un descanso más profundo, el descanso de tomar y aprender.

En este pasaje el Salvador proporciona un eslabón entre el primer descanso, el de la consciencia, y el descanso del alma, que se promete en la última parte de su invitación, donde se revela el secreto precioso de entrar en el sábado del alma. Este eslabón Cristo lo llama «mi yugo, mi carga».

Es maravilloso experimentar el gozo inicial de nuestra salvación, disfrutando la dulzura del perdón de Dios, y la bendición de la libertad de la cautividad, pero al mismo tiempo pensamos poco en la voluntad de Dios. Estamos demasiado felices para considerar lo que Dios espera de nosotros. En esta etapa, no consideramos que la vida cristiana es una vida de hacer la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos.

Por lo tanto, una cosa es ser librado de la cautividad de Egipto, pero algo muy diferente es ser conducido a la tierra de nuestra heredad, la tierra de reposo (Salmo 95:11) y obediencia eternas. Al recontar las obras de Dios para con Israel, Moisés declaró que Dios «nos sacó de allá, para traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres» (Deuteronomio 6: 23).

Aunque todos los israelitas experimentaron el descanso inicial de la liberación, leemos que la mayoría de los que fueron sacados de Egipto, dejaron de entrar en su herencia. Igualmente, Dios nos ha sacado fuera, para hacernos entrar; y como el Israel de antaño, experimentamos el descanso inicial de la liberación, pero la mayoría de los cristianos no saben mucho del descanso duradero. Cuando leen las palabras de Pablo: «Pero los que hemos creído entramos en el reposo», suspiran y esperan creer para entrar a ese reposo.

«Llevad mi Yugo»

Como se mencionó antes, Cristo nos da el indicio de ese descanso duradero en las palabras: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí». Un pastor colega, al hablar de este pasaje, dijo una vez que se requiere más de un ejemplo en las Escrituras para determinar una verdad, razón por la cual se usan varias concepciones figuradas en la Biblia. Por ejemplo, los creyentes se asemejan a piedras vivas, pámpanos y, muchas veces, a ovejas. Parece que nos gusta más esta última representación, porque necesitamos el cuidado y la atención, y nos encanta pensar en la ternura, la solicitud y la vida puesta del Gran Pastor.

Cristo, también, usa muchos tipos cuando se refiere a sí mismo; por ejemplo, se compara con el pan, con una vid, una puerta y un pastor. Y en Mateo 11:28-30 parece que se compara con un buey cargado bajo el yugo de su maestro, cuando habla de «mi yugo» (el yugo que llevo) y «mi carga» (la carga que traigo).

Aunque sea un concepto bello lo de dos bueyes uncidos, el uno llevando el extremo pesado, y el otro el ligero, tengo la tendencia a creer que el Salvador aquí no nos decía que nosotros sus discípulos lleváramos el otro lado del yugo, sino que lleváramos su yugo – «Llevad mi yugo».

¿Y cuál era su yugo? Era el de hacer la voluntad de su Padre. Su yugo y carga preciosas eran el hacer la voluntad de Dios: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra» (Juan 4:34).

Entonces, ¿por qué la mayoría de los cristianos siempre están agitados, febriles e inquietos? ¿Por qué están siempre en un estado del alma agonizante e intranquilo? He aquí la respuesta: están como bueyes no domados, y no acostumbrados al yugo, nunca han aprendido el significado de: «Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud» (Lamentaciones 3:27). En la mera «juventud» de su experiencia cristiana, debieran estar enseñados a someterse completamente al yugo de Cristo. Debieran estar enganchados, domados y unidos para servir.

Pero prefieren ser ovejas, deleitándose en ser alimentadas y pastoreadas suavemente (Isaías 40:11). Además, muchos líderes creen que los cristianos necesitan ser alimentados mucho tiempo antes de que puedan servir. Pero al poco tiempo, se vuelven inquietos, y se convierten fácilmente en víctimas de varios puntos de vista y peculiaridades de la profecía y aun de la enseñanza de la vida más profunda. Anhelan cosas mejores, las frutas de Canaán, pero no entienden cómo entrar en su reposo.

Nadie les ha introducido a este eslabón bendito del yugo del Salvador, ni les ha guiado a aprovechar la voluntad entera de Dios de la entrega deliciosa de una-vez-para-siempre. A tales personas, el servicio de Cristo les parece gravoso. Creen que su yugo es duro y su carga pesada. Piensan que es muy difícil agradar a Dios, y cuando hablan de llevar la cruz, suspiran profundamente. Se necesita enseñar a aquellas almas no sólo a cantar, «Su yugo es fácil, y ligera su carga», sino también a creer que así es.

Observemos momentáneamente la conexión entre la cruz y la voluntad de Dios. «Entrando en el mundo» (Cristo) «dice…He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Hebreos 10:5-7). La obediencia continua durante su vida, llegó a su punto álgido cuando se hizo «obediente hasta la muerte» (Filipenses 2:8). En la cruz aceptó de todo corazón el yugo de su Padre, diciendo: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42).

Él había venido para terminar el pecado. ¿Y cuál es la naturaleza del pecado? «Todo el mal y toda la ruina del pecado, es que el hombre se apartó de la voluntad de Dios para hacer la suya. La redención de Cristo no tenía razón, ni objeto, ni la posibilidad de éxito, salvo al restaurar al hombre para hacer la voluntad de Dios. Fue por esta razón que Cristo murió. Él rindió su propia voluntad; de hecho, escogió morir antes que hacer su propia voluntad» (Andrés Murray).

Como pecadores venimos, primeramente, creyendo en el Cristo crucificado—venimos para ser aliviados de la condenación del pecado—pero también, aceptando al Hijo en el compañerismo de una vida desinteresada y dispuesta. Ahora bien, la cruz, cuando es aceptada por el creyente, le resulta pesada sólo a la vida de la naturaleza, a la vida de la carne, a la vida fuera de la voluntad de Dios. Es sobre la cruz que la naturaleza muere; la cruz mata a la naturaleza para la cual aquella parece ser pesada.

¿El yugo de Cristo, duro? ¿Su carga, pesada? ¡Nunca! La carga de obediencia a la voluntad de Dios, la carga de hacer sus mandamientos, no es pesada. «Sus mandamientos no son gravosos» (1 Juan 5:3).

Dijo Samuel Rutherford: «La cruz de Cristo es la carga más dulce que he llevado; me es una carga igual a las alas de un pájaro, o como las velas del barco que me lleva adelante hacia mi destino».

Mientras creamos que el yugo de Cristo es duro, y su carga pesada, estaremos tan inquietos como el propio Satanás. Pero el Salvador nos dice que si queremos encontrar el verdadero descanso para el alma, se requiere que después de venir a Él, debemos recibir de Él su propio yugo y entrar en «su reposo» (Hebreos 4:1).

Desde el fondo de nuestro corazón debemos orar la misma oración del Salvador a su Padre: «He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Hebreos 10:7). Y ese yugo debemos tomarlo de Él. Esa carga debemos recibirla voluntariamente. A pesar de todas nuestras emociones y de las apariencias, y contrario al egoísmo, debemos creer que la tierra de nuestra herencia, la tierra de reposo y de bendición, es una morada buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2).

Muy pocos de nosotros creemos realmente que el servir a Dios pueda ser una delicia. No podemos servir a Jehová con alegría (Salmo 100:2). De alguna manera rehusamos reconocer que la tierra del descanso perfecto es la misma que el lugar de la obediencia completa, sin embargo estos dos son uno. La voluntad de Dios, aceptada de todo corazón, se nos convierte en algo bueno, agradable y perfecto —una «tierra deseable» (Malaquías 3: 12).

El Salvador nos da el eslabón entre la servidumbre y la entrada a Canaán, cuando dice: «Mi yugo». En otras palabras, si Canaán ha de ser un lugar de descanso, se debe entrar como a la tierra de obediencia completa. Fue lo mismo para el Israel de antaño: «Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho» (Isaías 1:19-20).

La Incredulidad es la Desobediencia

Permítame incluir aquí una palabra de advertencia. Después de subrayar la rotunda negativa de los israelitas en Cades, para entrar a Canaán, el escritor del libro a los Hebreos avisa a los creyentes del Nuevo Testamento: «Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia» (Hebreos 4:11).

En algunas traducciones la palabra «desobediencia», se cita como «falta de fe», probando que la fe no es una mera actitud bella de la mente, y la falta de fe no es una actitud mental, un fracasito, una debilidad insignificante, sino que es un principio equivocado del corazón, una negativa del dueño divino, un hacer a Dios mentiroso. La falta de fe provoca al Altísimo. «Juré en mi ira: No entrarán en mi reposo» (Hebreos 3:11) es la reacción de Dios a tal perversidad.

Rehusar recibir la buena voluntad de Dios y así entrar en su tierra bendita de obediencia, es igual a la rebelión despótica y a la anarquía. ¿Osamos pensar ligeramente que nos es sólo una opción, si aceptamos o no la voluntad de Dios? ¿Podemos seleccionar y elegir como querramos? ¿Somos libres para aceptar o rehusar?

En verdad debemos escoger, pero no tenemos otro recurso que escoger lo mejor y someternos a la voluntad de Dios. En esa voluntad está el reposo—reposo completo, reposo del vagar, el reposo de Dios mismo. Rehusar entrar en ese reposo, es tratar con poca seriedad la falta de fe, que es la desobediencia.

Estamos obligados a creer. He aquí la advertencia: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo» (Hebreos 3: 12).

Una vez que hayamos aceptado la voluntad divina, llevando el yugo de Cristo, luego sigue una vida de aprendizaje. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 11:29). Una cosa es hacerse obediente bajo el yugo de Cristo y otra, aprender la obediencia.

Hacerse obediente es comenzar a obedecer, pero aprender la obediencia es continuar. Entrar en el reposo es una cosa, morar en Cristo es otra. Comenzar a llevar el yugo es una cosa, pero llevarlo día tras día, trayendo con nosotros la carga requerida, es aprender la obediencia por las cosas que padecemos (Hebreos 5:8).

Cristo se hizo obediente, y luego durante toda su vida Él aprendió la obediencia. Nosotros, también, aprenderemos la obediencia de la misma manera, al contrariar nuestras propias voluntades. Cuando sufrimos—y eso es lo último que queremos—entonces y sólo entonces, se probará nuestra obediencia.

Por lo tanto, aprendamos de Él. Sufriremos muchas cosas antes de llegar a ser como nuestro Maestro, «manso y humilde de corazón», pero esa condición es el lugar del reposo continuo.

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