UN PECADO DE DESOBEDIENCIA

0EA60D36-E22A-44D3-B3BD-DBE2EDDE521CPuede ser que a la falta de oración le llamemos debilidad, que estemos tan ocupados y preocupados que descuidemos aquello que sabemos que debemos hacer. Puede ser que inventemos numerosas excusas, mas Dios le da el nombre de desobediencia. Y eso es pecado contra Dios.

La falta de oración no es sólo descuido, es desobediencia. Esta clase de desobediencia puede manifestarse de diferentes maneras.

Tenemos la responsabilidad de orar por todos los líderes, en particular por los líderes de nuestro gobierno y por los de otras naciones. ¿Lo hace usted? «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia» (1 Timoteo 2:1-2). El no incluir estos asuntos en sus oraciones privadas o públicas constituye un pecado de desobediencia.

En dos ocasiones distintas Jesús ordenó lo siguiente: «Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mateo 9:38; Lucas 10:2). Si usted no ora por el evangelismo y las misiones, está desobedeciendo directamente el mandato de Jesús. Este es un pecado de desobediencia.

Jesús nos enseñó en el Sermón del Monte que debemos orar así; «Venga tu reino» (Mateo 6:10). Al cristiano no le queda alternativa. El creyente debe orar con regularidad por el avance de la causa de Cristo, por la santificación y la glorificación del nombre de Cristo, y porque Dios bendiga a la iglesia. El no hacerlo constituye un pecado directo de desobediencia contra Cristo. Haga un examen de su vida de oración y determine si usted ha estado contristando a Dios a menudo por desobedecerle de esta manera.

Jesús nos dio un modelo de oración para enseñarnos: «Vosotros, pues, oraréis así» (Mateo 6:9). En efecto, debemos a menudo emplear estas mismas palabras, puesto que Jesús nos lo ordenó: «Cuando oréis, decid…» (Lucas 11:2). En esta oración modelo Jesús enseñó que normalmente debemos orar primero por el nombre de Dios, porque venga su reino y porque se haga su voluntad, antes de orar por nuestras necesidades personales (Mateo 6:9-13; Lucas 11:2-4).

Por lo tanto, si la mayor parte de nuestras oraciones giran regularmente alrededor de nosotros mismos, de nuestra familia, y de nuestro círculo más cercano de amigos, en lugar de girar alrededor del reino de Dios, de Su iglesia, de las necesidades del mundo y del evangelismo mundial, procedemos en contra del ejemplo de Cristo, puesto que él dijo: «Vosotros, pues, oraréis así» (Mateo 6:9). Orar por uno mismo es petición, no intercesión. La intercesión es la oración que se hace por otros. La oración que prevalece es casi siempre la que se hace por otros.

Si el cristiano ora día tras día primordialmente por sí mismo, por su propia familia, y por su círculo de amigos más cercano de amigos, en lugar de orar primordialmente por los demás, como enseñó Jesús, está cometiendo un pecado. Si los cristianos jamás lloran por su propia ciudad o zona, como lloró Jesús por Jerusalén; si los cristianos jamás oran con corazón quebrantado por los pobres y los desamparados, por los hambrientos, por los presos, por los huérfanos, por las viudas; por los acongojados, por los esclavos del licor, por los drogadictos, y por los niños y las esposas maltratadas, estamos pecando contra la orden de Pablo: «Llorad con los que lloran» (Romanos 12:15).

Job preguntó: «¿No lloré yo al afligido? Y mi alma, ¿no se entristeció sobre el menesteroso?» (Job 30:25).

Si los cristianos saben que Cristo les ha enseñado – y ordenado – que oren, y que está esperando a que ellos se conviertan en sus compañeros en la oración, y aun así no oran, caen en franca desobediencia.

Si un cristiano sabe que Cristo desea que el mundo tenga la oportunidad de ser salvo, que Cristo nos ha ordenado que oremos por obreros para su mies, y que los resultados duraderos en el evangelismo vienen sólo cuando el evangelismo está impregnado de la oración que prevalece: cuando el cristiano sabe todas estas cosas y aun así no se da a la tarea de orar, comete uno de los más graves actos de desobediencia que se puedan cometer. Esto pone en duda cuánto amamos a la gente y cuánto amamos en verdad a Jesús.

El no orar fielmente y con regularidad por los demás, es prueba de que nuestro amor es egoísta en extremo, de que nuestra visión es muy limitada, y que todavía no conocemos cuál es el palpitar del corazón de Jesús, quien ama al mundo entero y anhela la salvación y el bienestar del mismo.

UN PECADO EN CONTRA DE SU PROPIA VIDA ESPIRITUAL

La falta de oración es, además, un pecado en contra de nuestra propia vida espiritual. Usted no puede crecer en gracia cuando descuida la oración. Usted no puede cultivar un andar íntimo con Jesús si no se comunica a menudo con El. Usted no puede compartir el mismo latir de Su corazón si usted en raras ocasiones intercede con El.

La falta de oración lo priva a usted de tener conciencia de la cercanía de la presencia de Jesús. Lo priva del tener conciencia de la sonrisa que se dibuja en Su cara, de la dicha de escuchar Su voz. Lo priva también del toque de su mano y de gran parte de la guía que él da. Lo priva de Su poder

UN PECADO CONTRA DIOS

Puede ser que a la falta de oración le llamemos debilidad, que estemos tan ocupados y preocupados que descuidemos aquello que sabemos que debemos hacer. Puede ser que inventemos numerosas excusas, mas Dios le da el nombre de desobediencia. Y eso es pecado contra Dios.

La falta de oración no es sólo un pecado contra los demás directamente, es un pecado contra el mismo Dios directamente (1 Samuel 12:23). Jesús nos enseñó «sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar» (Lucas 18:1). Forsyth ha dicho que para el cristiano, «el peor pecado es la falta de oración». ¿Por qué? Porque demuestra nuestra indiferencia hacia Dios y nuestra desobediencia a El.

La falta de oración es una prueba de la actitud nuestra hacia Dios. Constituye un tipo de infidelidad y de falta de amor. Nuestra relación con Dios no es lo que debería ser si no le amamos lo suficiente como para sacar tiempo para estar a solas con El, para escucharle y hablarle. La falta de oración le proclama a Dios y a Satanás que la relación que tenemos con Jesús no es demasiado amante ni estrecha. Una relación correcta con Jesús siempre habrá de incluir la oración: tanto el deseo de orar como la práctica en sí de la oración.

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